Atravieso el cielo por trazos, uno
a uno
en incontables miradas perdidas que
se paran en todos los sitios
mientras todo se mueve.
Yo me inmovilizo por naturaleza,
rodando con ojos cerrados y mente
abierta
porque no sé si quiero andar.
Tampoco sé si soy capaz de asentir
al viento sin entender sus preguntas,
ni de refugiarme en una
tranquilidad ciega
que yo u otros me han comprado o
vendido.
Así que tengo esta mi propia forma
de respirar,
sacando sentimientos de los momentos,
puede que para no perderlos.
Reinventando sin pensar todas esas
sensaciones que lato
y que se definen con el verbo amar,
composición química de mi sangre.
¿Dejar que te vayas con mis
lágrimas?
¿A dónde vas a nadar si no me dejas
ahogarme en ti?
Hay un solo cuarto de espera, una
vida para ser vivida.
No hay diferentes tipos de mañana;
sólo una interrumpida por los vagos
matices donde soñamos,
tan sólo caminando poco a poco por
el suelo de mis pensamientos.
De entre todos los líquidos
mastico la tinta que produce el
mundo,
un amargo sendero que me abre su
sangre.
Tanto es así que los conozco
y vivo entre los devoradores de
prisa
y los tejedores de plástico
afectivo,
entrelazados en su magma de papel
higiénico, extenso pero frágil,
si es que yo no voy a caerme en
cualquier momento.
Si no hay memoria en las
alcantarillas,
ni pasadizos en los contenedores
catódicos de almas eléctricas,
más allá de sus imágenes sordas y
mudas,
yo podría marcharme volando en un
atardecer rojo
que por casualidad llorara al mismo
tiempo que yo,
pero mi cuerpo de plumas
acuchilladas que se quejan,
cubiertas de heridas,
lo sostienen a veces fragmentos de
las costillas de algún ángel,
la suerte sólida del sufrimiento
ligero,
cuando no tengo miedo a ser el gas
que salga libremente
de este innombrable recipiente.
Nadie debería asustarse de la
variable de su propia gravedad;
así yo de la respiración de mis
propios sentimientos,
único caos con sentido...
Foto:
-Sin título, de Christopher Hohler