miércoles, 20 de julio de 2016

Bichos








































Echados de todos los lugares
sólo podemos encontrarnos en aquellos sitios que no tienen entrada,
aquellos donde tu piel no tiene cobertura de hueso,
aquellos donde tus miembros son hojalata comparativa
y aquellos donde tu piel se pregunta si está en su sitio.
Traumas que se estudian a sí mismos,
hombres llorando porque saben que van a vivir,
los raíles de todos los trenes pasando por encima de ellos
y pensando que cualquier palabra puede pasar con la misma velocidad
y tan inadvertida como si tu dolor no existiera.
La sinfonía de los animales de la ciudad es la música que ahora escucho,
la sinfonía de seres que viven en medio de la amenaza diaria
de una muerte de asfalto y ruido, de escaparates y de tedio.

Soy el gorrión aplastado en el asfalto
el ojo afilado de mi angustia separado y escupido de mí
por una máquina cuya función es aplastar,
como todas las máquinas.
Me retuerzo en un inútil estertor contra el suelo pegajoso,
observando los trozos de mi corazón
   como si así pudiera juntarlos.
En medio de esta artística y melancólica putrefacción
el sol me lanza sus feromonas
como si quisiera copular con una creación en dorado.

Soy la rata,
atenta siempre al concierto de los gusanos,
huyendo de la luz que quema
para lanzarme voluntariamente a la inmundicia,
para en ella buscar respuestas.
Esa luz es como el palo que remueve los restos del gorrión,
como ese rechazo tuyo,
lo formado y terminado apartando con bello desprecio
las deformes partes imaginarias que me forman,
las rosas marchitas desmembrándose sin que siquiera las cojas,
formando un camposanto de posibilidades perdidas.

Todo esto forma el gusano
que se retuerce en sus propios anillos de frustración,
anatómico collar que acaso porte alguna mariposa intoxicada,
errante entre las torres de lo supuesto,
volando en la polución
hacia el gran corazón gris que desafía a la ciudad.

Prosigue el lenguaje alquímico de la fauna urbana,
la paloma posándose sobre la tubería anclada a la pared que se desconcha
en el momento preciso para que mi mente de piedra la recoja
dentro de una de tantas habitaciones a las que me retiro.
Vivo con la lógica de las tuberías
que me rodean con sus laberínticas evoluciones,
atravesando pilares, edificios y todo lo que seamos capaces de crear,
en una perforación constante que se me escapa,
brazos huecos sin vida que buscan llegar a todos sitios
mientras yo no sé moverme de mi casa.
De la perforación surge ese polvo desconocido
que me cubre allá donde voy como una menta de oxígeno,
sucio aunque no deje de lavarme,
ordenando una y otra vez el desorden que provoco y me provoco,
llevando a todas partes un vertedero no se sabe de qué escombros formado,
antes de convertirse en una piel propicia para las carreras de insectos
que degustan a los que se arrastran.

La paloma gris se posa sobre el blanco patio decaído,
tras ella la luz naranja de la mampara de un aseo
formando una especie de sol doméstico,
enmarcado por una ventana como otra cualquiera.








  Foto:
  -Ilustración de Santiago Caruso para Los cantos de Maldoror
   edición de Valdemar (colecciòn Gòtica nº100)