Los años de creación van
transcurriendo
surgidos con el resplandor de mi
primera lágrima adulta,
antorcha arrebatada a los posos
petrificados de la inocencia,
van corriendo como un río de fuego
que se va derritiendo
para que su liquidez me permita
coger sin quemarme
el sudor del origen innombrable que
los va pariendo,
un caliente río amniótico sin
origen ni destino conocidos
pero cuya composición química tiene
un sabor
que se parece al mío después de
haber besado el tuyo.
Siempre preguntas y no constancias,
preguntas que buscan solidificarme
escarbando las respuestas en el
sufrimiento de la congelación.
En esos momentos no observo la vida
y me paro y me estanco en mí mismo,
duro y opaco para el fluir humano,
los pingüinos oscuros que habitan
las neuronas
picoteando la corteza de mi glaciar
craneal,
creando una angustia de niebla,
vapor de agua de la melancolía
escapando del tacto imposible de la desesperación,
en esa noche del norte donde acaban
todos los mundos,
sobre todo el mío,
donde nadie me puede tocar.
Entre las pausas de las elipses de
los cambios de tantos planetas, sociales o físicos,
los amaneceres levantan mis
párpados para que mis manos se crean
rayos de los astros que conciben en
el sudor de su eterna mañana sexual.
Sin preguntas, porque respiramos,
la muerte blanca llama a la vida
ocre.
El sol hunde sus dedos en la
corteza melancólica de mi cuerpo,
provocando una agradable ceguera
ante todo lo que veo.
El amanecer que se produce, en
imprevistos entretiempos del fluir,
no está tan lejos, pues se esconde
debajo de tu gabardina,
en tu cuerpo que sonríe, una
armadura de tela oscura
que te protege de las nieblas
grises de los cuerpos que te rodean
mientras andas por los hilos de
calles rocosas, manchadas de humo,
laberinto diario al otro lado del
cual podemos encontrarnos.
También puedes o podemos
desaparecernos
mirando nuestro rostro reflejado
desvanecerse
en el vaso de cristal que sirve de
rompeolas al alcohol,
ese anhelo de tiempo artificial
detenido,
operando el falso milagro de robar
nuestra esencia a la habitación
para introducirla dentro de la
botella.
No sé dónde miro,
pero las ventanas palpitan con
latidos de luz
que tornan los cristales en
diamantes que hablan,
diciendo a mi gris cuerpo y a mi
habitación
las infinitas posibilidades de
salir a la calle.
Con la pluma limo las rejas de esta
casa
para dibujar fragmentos de lo que
puedes ser,
trozos de anhelo que reparto entre
túneles y tugurios,
pedazos de gente para componer un
gran cuerpo, celeste o no,
pero en todo caso carne amorosa.
No tengo palabras, por eso para
buscarlas sigo escribiendo.
No te tengo a ti, por eso para
tenerte sigo viviendo.
Inútil o muerto, sigo en el corazón
del sueño,
y a veces no me importa si no te
tengo y pasas de largo,
cuando me basta con el vuelco en el
corazón que me produce soñarte.
Extraído de "Feto oscuro", poemario digital publicado por GROENLANDIA.
Disponible en los siguientes enlaces:
Foto:
-Fotografía de Salar Kheradpejouh