AÑO 666 s.C. (sin Cristo)
MADRID. EL UNIVERSO.
Parto de mi realidad para descubrir
el Infierno.
Suturo la carne de la percepción
con el bisturí de mi mente
y encuentro la verdad:
no hay verdad.
El Infierno Material
es el paso inmediato, primario,
el balbuceo del bebé-hombre que
desea,
ansias de todo, ansias de nada:
el deseo...tú.
Se abren las puertas del abismo.
Nuestra conversación en la
cafetería
se erige en misa negra
y nuestra mesa en pentagrama:
“-No.” y Satán es invocado.
Leonardo, el Gran Macho Cabrío,
me abraza hasta retorcerme los
huesos
y me atonta con su fétido aliento:
el dolor físico y los celos.
Ya nada es lo mismo,
ya no hay vuelta atrás:
soy presa de las eternas llamas,
tú me rechazas
y bajo al Infierno Espiritual,
el más hondo cráter,
el núcleo mismo del fuego del
dolor,
donde millones de demonios
avivan mi angustia
con sus cósmicos fuelles.
Soplan imágenes,
algunas bellas, otras terribles,
todas inolvidables.
Cada visión es todas y ninguna:
se llama Legión
y es el demonio de la evocación
dolorosa.
Mi alma sigue viajando por los
círculos infernales;
vuelo por cielos acosados de
agujeros,
ciclópeos boquetes, abismos sin fin
que sumen al ser en el vértigo,
y en su centro que no existe
tejen los tres demonios de la
impotencia:
las Parcas.
Me muero, me muerdo las neuronas
con los ojos.
Te veo y me duele;
no te veo y me muero.
Quiero verte. ¡Quiero verte!
¿Por qué no puedo estar todos los
segundos de la eternidad
junto a ti?
¿POR QUÉ?
Intento arañar la pared del tiempo,
escalarla y acceder hacia la cima.
No me valen subparaísos;
yo te quiero a TI.
En el intento mis miembros se hacen
trizas
y mancho tus santos pies.
¡BASTA!
¡Soy un asqueroso hereje!
Caigo en un mar de lava
y veo surgir al más terrible
Leviatán,
el demonio que cubre el firmamento
rojo:
la autocompasión.
Estás cerca de mí
pero parece que estás en las
colinas del universo.
Estás muy lejos, muy lejos de mí.
Tengo que correr, correr...
¡NO!
Quedarme quieto, analizar...
esperar.
Quemarme, desmembrarme
en el Infierno que es estar sin ti,
esperando que mis pedazos,
hechos cenizas,
se alcen y vuelen hacia tu trono.
Pero estoy aquí todavía,
carne de despecho, eterno deseo,
y mi sangre proporciona abono
a la fragua satánica de mi corazón.
Los ríos siguen fluyendo.
Dolor.
Aprendo y continúo mi agonía...
Foto:
-Lilith, de Patricia Ariel
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