Navegas por las atmósferas clavada
a mi frente,
un mástil de silicio confuso
rompiente de mares gaseosos de
piedra,
estrías de pesadillas autoinducidas
clavándose en mi cabeza como
estalactitas
hacia una caverna siempre interior.
Las neblinas acuden como sueños,
drogando con gases imaginativos
los cráteres nebulosos de mis ojos
confundidos,
mientras las nubes pasan dentro de
mí
y
a través del aire de la estancia gris
vuela el aceite de tu saliva hacia
mí,
anheladora y obsesivamente quieto
en todos los rincones,
acariciándome con su ondulación de
objetivos,
untándome con su barniz de
esperanza,
haciéndome hervir como humo por
encima
de los calderos subterráneos de
obsesiones.
Pienso como un cráter de sedimentos
de locura
que ponen límites y monstruos en
todas partes,
me autoproclamo prisionero de mí
mismo
amurallándome con rejas de miedo y
desconfianza
cuando el ruido torturador sólo se
marcharía
si consiguiera abrir mis brazos
gaseosos
y abrazar el cuerpo de la niebla.
Te presento y te formo con otras
formas,
bajas y pasas de largo con otros
cuerpos,
monstruos que me arañan o me
acarician alternativamente,
copos de piedra que no tengo tiempo
de percibir.
La esencia es sin embargo suave,
cambiante pero única
como la mónada sexual que está
dentro de las formas de las nubes,
con sonriente arrullo dando luz a
sus hijos informes,
con la belleza primaria de lo
involuntario,
un ejercicio de genética cordial
hacia todo lo que tiene existencia,
cerca, lejos, cotidiano o nunca
visto,
como un cuerpo de mujer almacenando
sueños
en una dimensión de vapores
amantes.
Es cierto que tienes todos los
nombres
y así resuenas haciendo sangrar mis
laberintos,
pero la verdad es que basta con uno
sólo
que entre sin permiso en esta cueva
de delirio humano
y se convierta en eco de sí mismo.
No importan las paredes que
conformen mi estructura,
no importan los átomos sólidos
que bloqueen como minas la realidad
y la esperanza,
tan sólo necesito el sonido ahí
fuera,
reverberando con el azar de una
pluma enamorada,
tan sólo necesito oírte.
Tu vello te ata a mi planeta
y me permite acariciar los suaves
tallos
que unen tus vibraciones únicas a
la Tierra.
Aquí me sé por unos momentos,
fuera de los tornados mentales,
y tus manos me hacen tocar mis
manos,
tu piel me hace sentir la carcasa
de mi cuerpo,
tu aliento me hace respirar
y tus ojos encienden las descargas
eléctricas,
fluyendo por conexiones procedentes
de dinamos solitarios,
espesas fábricas de pensamientos
autoinducidos
que ahora se saben en un nuevo
recipiente,
que delimito y analizo con mis
caricias.
Los límites se muestran confusos e
inalcanzables
y renuncio a aprehenderlos cuando
vuelo
por tu llanura de piel hacia tu
pecho,
latiendo con dos soles de tibia astronomía,
haciendo elíptica entusiasmada
sobre la sorprendida forma que me
envuelve.
Tu respiración genera la atmósfera
dentro de la que palpita nuestro
abrazo,
física de sexualidad necesaria,
movimiento conformador de volcanes
y glaciaciones sonrientes
instante que abstraídos serían
edades de sudor y escalofríos,
el mundo entre nuestros lívidos
brazos,
el interior del astro de enlazadas
extremidades,
la gravedad hacia nosotros mismos.
Foto:
-Ilustración de Virgil Finlay para The crystal man